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martes, 7 de abril de 2009

Algo distinto es ser en la Montaña

Salir de mi casa para llegar en auto a solo cinco minutos al pie de la montaña, aunque fuesen 30, vale la pena. Entrar por el angosto valle camino a farellones, es cruzar una frontera, ahora los cerros con su vestimenta originaria se imponen notables. Estamos con Loreto, Gabriel, Francisco, Rebeca y Mabel frente a La Hermita, costado sur del río. Comenzamos a caminar por senderos de polvo con manzanillón por ambos lados, todo un aroma y la conversa inicial que nos aproxima. Rebeca me va contando del ruido ensordecedor mientras da sus clases de música, su voz era un soprano dulce y ahora casi una Janis Joplin, pero al tararareo de una canción noto su talento.

Es domingo y hemos iniciado el acenso a un mundo casi sagrado, los litres abundan en medio de las tierras tostados, los sienas y grises ocre recortados al azul cobalto, algunos quillayes añosos, espinos, las graciosas pullas vetustas y los característicos cactus quiscos. Bueno, si uno mira con atención hay mucho matorral que aún desconozco pero todo es abundancia.

Esta segunda vez de caminar con mis amigos, nos hemos adentrado por laderas con apenas huellas de conejos y la marcha se hace lenta, dificultosa pero muy entretenida. Ahora la conversa trata de lo inmediato; como salir del entuerto. Momento de descanso y de contemplar el valle a lo lejos y las altas cumbres, algunas frutas y el agua que nos refresca.

Decidimos bajar por una rocosa quebrada para evitar los resbalones. Los torrentes del invierno han suavizado estos naturales escalones y la técnica ahora diferente nos obliga a amoldar nuestros cuerpos a cada piedra hasta llegar al río.

Loreto ha dicho 3 horas después de la caminata que se siente una persona distinta. Hemos estado frente a lo divino, entierrados en conexión con lo propio y mil sensaciones para meditar más tarde en el Valle del gran Santiago.

Escrito por Carlos (Caco) Salazar