La conversación partió en el punto de encuentro a raíz de una carta publicada ese mismo día en El Mercurio firmada por Francisco Balart, que resultó ser un homónimo del original que estaba con nosotros ese día y que no conocía la carta aludida.
Llegamos al pie del cerro y empezamos a subir por un antiguo camino en desuso que abandonamos en una curva para internarnos directamente al cerro por senderos que nuestro experimentado guía supo distinguir, lo que nos llevó a trepar por laderas bastante empinadas con algunos pasos con rocas y matorrales que hacían pensar a algunos en lo difícil que sería la bajada por esas mismas laderas. La subida fue ardua y el esfuerzo físico hacía difícil la conversación, pero se compensaba con detenciones que nos permitían admirar la altura a la que nos encontrábamos y la vista extraordinaria hacia el cajón del río, los cerros mas lejanos y la ciudad hacia el poniente, envuelta en su permanente capa de bruma-smog. A medida que fuimos subiendo podíamos ver el tranque del cerro del frente al que se llega por Las Varas, la canaleta, la planicie, el cerro Guayacán que subimos la semana pasada y varios otros hitos a los que nos hemos ido acostumbrando en subidas anteriores y que ya nos son familiares.
Seguimos subiendo y ya empezaban a llegarnos algunos rayos de sol los que sumados al esfuerzo hacían que necesitáramos desabrigarnos y tomar agua de nuestras botellas.
Pancho |
Nos detuvimos un rato a disfrutar la vista, compartimos naranjas, galletas, frutas secas y a conversar de temas varios.
A esa altura se apreciaban nítidamente las construcciones ubicadas al oriente del puente de La Dehesa, las casas de Valle Escondido, mas cerca las de el cajón de El Arrayán y por supuesto los cerros que nos rodeaban, en especial los de exposición norte que estaban siendo alumbrados por el sol en forma directa. Notamos la cantidad de senderos, caminos, construcciones, torres de electricidad y toda clase de muestras de la intervención del hombre en estos cerros cercanos a la ciudad, como habrán sido estos parajes hace algunos años, cuando la ciudad estaba mas lejana y los medios de transporte mas lentos y menos masivos, sin duda estarían mas arbolados, probablemente mas húmedos y con mas vegetación.
Una incansable sinfonía de ladridos de perros que se oían quizá amplificados por el cajón del río nos acompañó en forma casi permanente lo que nos hizo compadecernos de los pobres vecinos de esos ruidosos animales.
Empezamos a bajar fácilmente y con entretenidas conversaciones. Sin darnos mucha cuenta bajamos sin avanzar suficientemente hacia el oriente, de manera que nuestro guía nos hizo ver que tendríamos que corregir el rumbo, cosa que hicimos no sin algunos tropiezos dado lo escarpado del cerro y los acarreos de piedras con que nos encontramos, en uno de ellos Pancho lamentablemente se torció un tobillo que empezó a molestarle, esperamos que no tenga consecuencias. Ante esto Francisco fascinado con descender mas rápido se adelantó a buscar el auto para acercarlo mas al punto por donde estábamos bajando, donde llegamos algunos algo magullados por los arbustos y bien entierrados por las muchas veces que tuvimos que deslizarnos sentados ladera abajo.
Finalmente todos contentos con un paseo diferente, aventurero, con mucha tierra y bastante adrenalina. Pancho con su tobillo bien adolorido recibió variados consejos para superar la situación.
(Texto de Eugenio Lagos)
Excelente relato de Eugenio, fidedigno y sobrio, pues verdaderamente
ResponderBorrarla subida y la bajada fueron muy duras. Tal y como lo dice nuestro
narrador, hubo largos tramos que los hicimos deslizándonos a como
diera lugar y lo permitiera la abrupta y empinada topografía, pues
mantener la posición vertical era imposible. Esta vez, la bajada fue
muchísimo más larga que la subida.
Aprovecho esta generosa tribunal cerruna para agradecer de todo
corazón a mi amigo Francisco Valdivieso por el "rescate" del que fui
objeto gracias a su intrépida actitud; en efecto, cerraba yo la
"caravana" en bajada, antecedido solamente por él, cuando comencé a
deslizarme hacia un barranco, no por imprudencia, sino que porque el
terreno muy pedregoso no soportaba la posibilidad de enterrar un
bastón ni de acomodar el pie. Fue así como sentado, comencé a avanzar
lentamente pero sin control hacia aquel precipicio, cuando Francisco,
no sé cómo, tomó un bastón y lo sujetó con fuerza de modo que pudiera
tomarme de este implemento y suspender el deslizamiento, que podría
terminar muy mal. Enseguida, cuando logré frenar, me fue indicando las
piedras de las cuales podía asirme, pues yo daba la espalda a la
subida y no podía hacer movimientos bruscos, porque no harían más que
reanudar mi descontrolada bajada. Afortunadamente el resto del grupo
no alcanzó a percatarse, porque a la sazón ya estábamos muy cansados y
pendientes de hallar la bajada adecuada, en este traicionero Pochocón.
Admirable la serenidad de la Princesa Isabel, que esta vez no
solamente "princesó", sino que "reinó" pues era la única representante
del "sexo fuerte".
Lucho Latorre