Es domingo y hemos iniciado el acenso a un mundo casi sagrado, los litres abundan en medio de las tierras tostados, los sienas y grises ocre recortados al azul cobalto, algunos quillayes añosos, espinos, las graciosas pullas vetustas y los característicos cactus quiscos. Bueno, si uno mira con atención hay mucho matorral que aún desconozco pero todo es abundancia.
Esta segunda vez de caminar con mis amigos, nos hemos adentrado por laderas con apenas huellas de conejos y la marcha se hace lenta, dificultosa pero muy entretenida. Ahora la conversa trata de lo inmediato; como salir del entuerto. Momento de descanso y de contemplar el valle a lo lejos y las altas cumbres, algunas frutas y el agua que nos refresca.
Decidimos bajar por una rocosa quebrada para evitar los resbalones. Los torrentes del invierno han suavizado estos naturales escalones y la técnica ahora diferente nos obliga a amoldar nuestros cuerpos a cada piedra hasta llegar al río.
Loreto ha dicho 3 horas después de la caminata que se siente una persona distinta. Hemos estado frente a lo divino, entierrados en conexión con lo propio y mil sensaciones para meditar más tarde en el Valle del gran Santiago.
Escrito por Carlos (Caco) Salazar
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