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domingo, 27 de mayo de 2018

Cinco caminan por los senderos de Las Varas

Día despejado; 27 de mayo; no llueve, desde hace meses. Llego al punto de encuentro y ahí están, parados en la vereda, Andrea y Miguel, esta pareja de amigos alemanes, que se han hecho habituales en nuestro grupo.
Al poco rato llega Víctor Bunster es su gran camioneta, que sería nuestro medio de transporte colectivo. Y finalmente Pancho.

Pancho, Víctor, Andrea y Miguel
Todos coincidimos en Las Varas como destino y para allá arrancamos. Pagó la entrada de todos Miguel; un regalo.

Y tomamos la ruta clásica de los últimos tiempos, ir adonde termina la canaleta e irnos aguas arriba, hasta donde nos cruzamos con esa ruta que tomábamos para llegar a una cumbre, poco más arriba.

pasando por el costado de una vaca
Siempre la caminata por la orilla de la canaleta es un deleite. Pendiente suave, agua a la vista y la compañía de su sonido, que acaricia nuestros oídos. Vegetación que produce espacios de sol y espacios de sombra.

Victor; atrás Andrea; la polera de Pancho
La conversa en pequeños grupos, sino pares, es permanente. Un tema que sonó fuerte es la crisis de la iglesia; tremenda crisis. Y las opiniones diversas. Hay varios en el grupo de asistencia habitual los domingos a misa; no todos.
Una situación preocupante sin duda, pues sin donde congregarnos como la iglesia, mucho quedamos al descampado, territorio donde quizás estamos hace rato.

No paramos nunca hasta el descanso de cumbre, sentados al borde de la canaleta, antes de emprender ya el descenso. Comimos de las naranjas de Pancho y frutos secos de varios. Y chocolates, muy ricos, que ofreció la Andrea.
La vista desde ese asiento, embriagadora. Y el gusto de estar ahí y no en ninguna otra parte.

tranque en las últimas
El descenso fue más en silencio, pues cada uno iba en lo suyo, separado por varios metros del siguiente. El tranque, ya a punto de secarse completamente. La sequía en verdad tremenda. El polvo de la tierra se levanta a nuestro paso y la vegetación reducida, como yesca, sufriente.

Disfrutamos el sentarnos en los mullidos asientos del auto, después de sus buenas horas de caminata por los cerros. Y a casa, después de despedirnos afectuosamente.

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