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viernes, 25 de diciembre de 2020

Chapuzones de verano

Vuelvo a llegar algo atrasado a la casa de Pancho. No había nadie. Me bajo y me encuentro con Pancho. En ese momento llega Francisco y la Anne Marie.
Nos fuimos los cuatro en dos autos al punto cerca de la U de Los Andes, de todas las veces anteriores.

Queríamos ir al mismo punto de la semana anterior, con ese río en medio del verdor y la cascada. No hubo oposición.
Eso significa subir y bajar por un camino que corre en travesía hacia el sur, hacia Aguas de Ramón.

Encuentro con Carlos Bravo y María Teresa Raddatz

El día soleado, prometía calores mayores, así que el agua era bienvenida. 
Primero tuvimos que pasar una alambrada, por un hoyo de media altura. Agáchate un poco más que si no el alambre púa te romperá la polera y quien sabe que más. 


Después hay dos pasos bien hechos, que permiten el paso de personas y no animales, que nos dejan en la ruta misma de Aguas de Ramón.
Ruta bien demarcada, con palos puestos para evitar su erosión con las lluvias; incluso con alguna señalética. Claramente un circuito de pago.


Esta vez dimos con un lugar, un poco antes del nuevo puente colgante, mucho más cómodo para estar y mucho mejor para bañarnos. Ahí nos instalamos.
Yo me pasé un buen rato recortando con mis tijeras podadores que siempre ando trayendo, las ramas de zarzamora que se metían en las rutas humanas. Una especie de adicción.


Escuchábamos a un grupo de personas en el pozón siguiente más abajo.
Después de un rato la Anne Marie, que andaba con traje de baño se sumergió en nuestro pozón y ahí estuvo un rato. Un pato en el agua.
Al verla, Francisco, se sacó la ropa e hizo lo mismo.
Pancho y yo mirábamos, comiendo naranjas y frutos secos.
Yo al final, en cuclillas al lado del agua, me humecté cara, brazos y piernas. Y sería mi baño, de esa agua que me pareció muy helada.

Iniciada la vuelta, esperamos que la Anne Marie y Toyos fueran a ver el nuevo puente colgante. Con Pancho los esperamos a la sombra del bosque, y mientras le mostré el video del discurso de mi madre a nuestra familia, que a mi me parece bellísimo. Después lo verían Francisco y la Anne Marie.


Caminamos de corrido de vuelta, hasta que tuvimos que atravesar un lindo piño de caballos. Y con ellos nos quedamos un buen rato, mirando a los recién nacidos, de no más de una o dos semanas (3) y dándole agua, en especial a una yegua embarazada, que estaba sedienta y a punto de parir.
Llegaron todos los caballos, pues querían también agua. Repartimos, sin mucha destreza, migajas de agua entre varios.
Al irnos me imaginaba que todo el piño nos seguía; pero no fue así.

Tipo una llegamos a los autos, algo sancochados por el calor y cansaditos. La hicimos, de nuevo, nos dijimos con Pancho en el auto, camino a casa.

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