Amanece despejado; corro atrasado pues despierto pasada la hora debida; paso a buscar a la Rebeca, a la que tengo que esperar pues ella también se ha quedado dormida.
Llegamos a la Terpel y ya están ahí Pancho, María Elena y la Consuelo.
Somos el núcleo más íntimo en esta época de la vida de este grupo de subecerros, coincidimos.
¿Será esto un factor que aleja a algunos, algunas, de nuestros visitantes periódicos; este fuerte gusto de estar juntos? esta soltura y despliegue de quienes somos? este disfrutar así, simplemente, subiendo y bajando cerros; conversando?
Vamos los 5 en el auto de Pancho; yo manejando; y la María Elena nos cuenta los secretos, las perlas, de su última charla espiritual o de desarrollo personal a la que fue (obvio, me olvidé de los nombres).
Estar atentos a lo que nos dice el cuerpo, frente a cada situación; es parte de la enseñanza que nos transfiere.
Si, estamos de acuerdo y mientras subimos el cerro bromearemos con ello.
Paramos en la Ermita. Caminamos un buen rato calle arriba, hasta tomar la vereda contraria y meternos para ir a la subida esa, hacia el norte, donde en la cima hay lo que llamamos la playa, donde más tarde estaremos echados de espaldas, descansando y disfrutando de estar ahí.
Me encuentro un alicate; decido tomarlo.
Más adelante, optamos por tomar la ruta del surco de las aguas; la Consuelo, trancada por las zarzas que cierran el camino, pregunta, alguien trajo una tijera de podar? Si, digo; y saco mi alicate.
Y abro el paso.
Está helado; especialmente en las sombras. Más arriba,en un recodo del surco, donde pega exquisito el sol, nos detenemos a que especialmente dos, que optaron por ir sin polar y en manga corta, recuperen su energía calórica. Y, la María Elena sigue con sus cuentos del maestro ese, pasándonos enseñanzas en su modo de reglas, casi imposiciones, propias de una uno del Eneagrama.
Más allá, atendiendo las señales de la intuición y lo que el cuerpo nos decía, salimos del surco hacia la derecha y tras pasar una escarpada ladera, llegamos a una empinada cumbre, que resultó no ser el cerro que esperábamos, sino uno que había al medio.
Estuvimos en esa cumbre mucho rato; una hora podría haber sido, pues el sol, las naranjas de Pancho, la vista majestuosa desde lo alto que disfrutábamos, teniendo abajo todo el recinto de la Ermita; era para no irse nunca de ahí.
Encontramos el paso hacia el cerro que sería nuestra ruta de descenso, pero antes subimos hasta donde estaba nuestra playa, cima, cumbre, del cerro habitual. Ahí nos tiramos en el suelo, todo a lo largo de nuestros cuerpos, y algunos se taparon la cara con gorros y a darse un buen descanso.
En esa cumbre, de repente nos distrajimos de todo el imponente paisaje, pues atrás estaban los consabidos acantilados que no dejan de atrapar nuestra atención.
El tema que nos distrajo y sacó de ahí, fue la noticia impactante de los abusos sexuales, esta vez del cura Karadima. No hay salud. Expresamos y expusimos nuestros particulares puntos de vista, que no dejaron de ser fuertes y casi como para ponerlo a nivel de terremoto social.
De si es cierto o no, fue un punto; pero las fuentes traídas a colación nos hicieron pensar que parece que es cierto. Uf. Rabia; crisis valórica. Crisis de guías del espíritu. Nos estamos quedando sin guías; a solas.
Bueno, bajamos, por una ruta que no fue fácil; quizás solo por que es aparentemente muy poco traficada y hacia tiempo que no veníamos por estas veredas.
En la Ermita con la María Elena, con la que llegué adelante, nos pedimos unas exquisitas empanadas de queso caliente, que me fui terminando mientras manejaba ruta abajo, en amena conversación.
Les cuento que me traje muchos más recuerdos de lo que esperaba ya que hoy amanecí toda litreada, al parecer me olvidé de saludar a nuestro amigo señor litre.
ResponderBorrarMe asusta mirarme al espejo porque tengo cara de marciana con los ojos hinchados y deformes...