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lunes, 25 de julio de 2016

Caracol caracol saca tus cachitos al sol

Hace por lo menos 4 años que no subía con el Grupo de los Subecerros. Un “cambio de giro” hacia otros deportes de fin de semana - que no terminaron de entusiasmarme – seguido de una pertinaz tendinitis a la altura de mi cadera – mejor dicho, de mi cachete izquierdo - me tuvieron harto tiempo alejada de las sendas cordilleranas.

Alejandra, Eugenio, Soledad, Pancho, Dirk
Seguía, en todo caso, recibiendo de Gabriel las entradas al blog del grupo, describiendo los lindos paseos que hacían. Decidí entonces contactarlo por WhatsApp, con la esperanza de que aún se acordara de mí. La respuesta fue inmediata dándome una cálida bienvenida digital e invitándome a volver nuevamente al redil.

Dirk y Carmen Gloria
Desempolvé mis botas y mi pantalón de trekking y me agencié un bastón y una mochilita. Y el domingo pasado - puntualmente a las 8:30 horas - me apersoné en la Shell (que en mis tiempos se llamaba Terpel). Gabriel me había dicho que no iría, pues se iba a la costa, pero no me costó mucho identificar a los demás del grupo por sus tenidas ad-hoc y sus caras entusiasmadas. Al que sí reconocí de mis tiempos pasados es al Pancho, tan amoroso como siempre.

Fernando Saavedra
Fueron llegando entonces los demás del grupo, el que quedó conformado por Soledad, Alejandra, Dirk, Eugenio, Pancho y el increíble Fernando Saavedra. Decidieron tomar una ruta nueva que sugirió este último: el Cerro Caracol, al cual se llega pasando por los Altos de Carlos en el fundo Piedras Blancas.

Carmen Gloria y las quiltritas
Llegados al lugar, se nos unen dos lindas quiltritas flacuchas pertenecientes al cuidador del lugar, las que, además, eran viejas amigas de Fernando. Y así, en tan buena compañía iniciamos el ascenso.

Carmen Gloria, Alejandra, Dirk, Fernando y Soledad
Respiré aliviada. La pendiente se veía suave y el camino era ancho y parejo. Me inquietaba que mi período de inactividad física hubiera causado estragos en mi capacidad aeróbica y que mis piernas no respondieran a la exigencia de llegar dignamente a la cumbre.

cumbre y comistrajos
El día estaba ideal para la caminata. Nublado y algo frío, impecable para no traspirar como caballo ni quedar como apancora. La tierra estaba húmeda pero sin barro, lo que hacía muy fácil y agradable la marcha. A medida que subíamos, el paisaje de iba tornando cada vez más magnífico; todo verde, rezumando olor a tierra, olor a aire limpio. Los macizos y colinas aledaños y, más lejos, las montañas nevadas eran el marco perfecto, coronados por un cielo gris y algo amenazante. Una preciosura. Se me había olvidado lo tan re lindos que eran los cerros.


Pasamos por un plano donde al parecer hacen motocross y que está bastante bien implementado para esos efectos. A partir de ahí, la senda se volvió un poco más empinada y requirió un poco más de esfuerzo. En un recodo del camino, apareció uno de esos regalos soberbios que a veces nos ofrecen los cerros; una inmensa pared de roca rodeada de vegetación y bañada por un pequeño salto de agua.

vista y algunos a lo lejos
Finalmente, llegamos a nuestro objetivo, la cumbre del Caracol. Este cerro es un pequeño cono que asoma tímido entre otros cerros más altos y que tiene en su cima un mástil, con una bandera chilena arrugada, desteñida y deshilachada en su base. Vaya uno a saber quién la puso ahí y por qué motivo.


A esas alturas, el apetito era monumental, así es que dimos rápida cuenta de las frutas, chocolate y frutos secos que habíamos traído para compartir.

Pancho, Eugenio y Alejandra
Durante todo el camino de ida y vuelta, picoteamos por diferentes temas de conversación; la alimentación natural, Jodorowsky, películas, los desafíos laborales de cada uno, etc. No llegamos a altos niveles de profundidad, pero eso no es ningún pecado, creo yo. Hay veces en que la mente y los sentidos solo necesitan alimentarse de naturaleza pura y dura, refrescarse de viento y aire y reencontrarse en tierra, barro, árboles y pasto.

vista
El regreso fue amenizado por las canciones de otra época de Fernando, a quien recogimos a la vuelta, ya que decidió quedarse en la mitad. Increíble hombre éste, que destila por los poros la sabiduría de los años y el amor por la naturaleza. Merecería un capítulo aparte.

(texto de Carmen Gloria Fuentealba)

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