Tantas veces pasé corriendo junto a ellos, raudo en pos de mis propios inalcanzables, en algunas me detuve y crucé palabras, - de cortesía solamente, algunos minutos - en el mejor de los casos, pertenecíamos a ligas distintas. Por supuesto las mías eran las importantes, las mayores, esas en donde el cerro es el adversario a doblegar en mínimo tiempo y la cumbre un lugar reservado para una elite poderosa, esa a la que yo pertenecía. En el proceso de alcanzarla, todo aquello que se interpusiera lo sentía como un obstáculo molesto a salvar. Las personas también lo fueron y las sobrepasé sin consideraciones ni respeto. La mayoría de las veces ni siquiera las vi, - no existían -, en mi mente cabía exclusivamente la obsesión por la cumbre. Era extraño, ellos sin embargo siempre me regalaban una sonrisa, deferencia y cordialidad.
Con cada cumbre alcanzada, mi ego crecía demandando más y más. Cada segundo disminuido en llegar, era alimento que lo agigantaba. Cada nueva persona alcanzada y luego dejada atrás, lo hacía más fuerte. Me acostumbré a llegar a la cumbre en solitario, el ego como única posible compañía.
Suele suceder en la vida, que cuando el ego enseñorea en nuestro ser, es la misma vida la que se encarga de reservarnos grandes y profundas lecciones. En mi caso, la vida hizo arreglos para que esas lecciones fuesen entregadas en los mismos cerros, también para que esas mismas personas que tantas veces no quise ver, fuesen su instrumento.
Francisco, Rebeca, Gabriel, María Elena, Mábel, Consuelo, son algunos de los nombres de mis maestros ahora. Ellos no lo saben, en mi ser profundo yo lo sé. Suficiente para querer agradecerles desde la humildad sus enseñanzas que me posibilitan aprender y moverme a nuevos espacios. Toman mi mano llevándome a descubrir nuevas dimensiones de como vivirme los cerros. Me conducen en un tránsito por amables senderos, los mismos que recorrí, y que nunca vi. En este espacio, ellos comparten, se escuchan, contemplan, ríen y se maravillan. En este espacio, los cerros, dejan de ser un lugar para el ego, y se transforman en un lugar en donde solamente estar y ser.
A ellos, mi ahora nueva cordada, sincera petición de perdón, por todas aquellas veces que obnubilado por mi propio ego, no quise verlos. Gracias por esperarme, gracias por acogerme, a ustedes mi gratitud sincera.
escrito por Jorge Milla
Jorge, que gran osadía la tuya el hacer esa tremenda declaración y reflexión, tan clara, tan honesta desde la profundidad de tu ser. En todo caso, yo nunca te vimos como un ser egótico, sino sólo como un campeón que tenía grandes metas,que en el cerro eran deportivas.
ResponderBorrarAhora espero que disfrutes esta nueva etapa más reflexiva.
Un abrazo,
César Masihy
Emocionante relato Jorge a partir del mismo título de tu posteo "mis nuevos maestros".
ResponderBorrarMe sorprende enormemente, ya que te veo a tí como un maestro porque siempre estás compartiendo tus conocimientos y tus sabrosas anécdotas siendo muy grato subir o bajar en estas generosas conversaciones...al parecer nunca te conocí ni te asocié con ese ser egolatra que tu describes.
Me sorprendes una vez más.
Gracias por tu posteo Jorge...buena onda
Hola Jorge
ResponderBorrarPrimera vez que me llaman "maestro" me lo voy a tomar con la humildad que tu comentas pero debo decir que ahora me siento diferente
Fuerte abrazo al maestro de "maestros"
Francisco A. Balart
¡¡que grupo y que maestros!! Hace varios domingos que no subo al cerro y el grupo me sigue regalando lecciones.
ResponderBorrarLeer tus comentarios, jorge, ha sido grato, esperanzador y "tan real". Quiero unirme a tí en este reconocimiento a los maestros, a los amigos. Gracias a cada uno por acompañarme en los momentos más duros de mi vida y seguir conmigo en los tremendamente felices.
Un beso grande,
Mabel.